Las leyendas, como todos sabemos, tienen cierta base real o histórica. Y las que aquí traemos a colación no son menos. Sólo que existe una base de datos importante en forma de denuncias en comisarías de diferentes épocas y lugares. De todos modos, y por reales que sean los casos, son tan fáciles de evitar que se convierten en leyendas urbanas. Otro punto en común es que las historias provienen de casas de citas, clubes o puticlubes. Que es lo mismo.
Bien: la primera es aquello que un conocido dice que le ocurrió a un amigo suyo: se fue de señoritas tras una noche de copas y, tras satisfacer, o no, sus instintos, se quedó dormido. Al despertar se encontró con que la chica y la cartera estaban en el mismo lugar: el limbo de las cosas desaparecidas.
Vamos a ver, almita de cántaro: la profesional, lo que quiere es que vuelvas una, otra y otra vez: si te droga y te roba en el propio local, no sólo va a conseguir que no vuelvas a contratarla, sino que es fácil que las autoridades pongan al sitio bajo sospecha, lo que también lo perjudicaría.
Cuentos de terror y de policías
Existen dos versiones, una gore y otra policiaca de esta primera leyenda urbana: la primera de ellas se refiere a que al conocido de un primo del bedel que trabaja en la empresa donde limpia la hermana de quien te lo cuenta lo durmieron antes, durante o después del desahogo y, cuando se despertó, lo hizo con un riñón de menos.
La versión policiaca es que a un conocido en cuarto grado lo noquearon y lo secuestraron. En todos los casos, la víctima acaba por escapar de sus captores, de modo que puede pasar que los secuestradores sean muy torpes siempre o que la historia esté pensada a mayor gloria de la víctima.
En cualquier caso, los delincuentes, si se dedicaran a la prostitución, estarían arrojando piedras sobre su propio tejado al provocar que se investigase al local por actividades que poco tienen que ver con los servicios de compañía, además de repeler a los posibles clientes.
Cuevas sórdidas
Otra leyenda urbana, esta más cercana a la realidad: el cine, la televisión y los tópicos nos han presentado, en muchas ocasiones, las casas de citas como auténticos antros, lugares sucios, sórdidos y aptos sólo para ir, desahogar el instinto y marcharse antes de que una enfermedad venérea o, en el mejor de los casos, una infección, nos dé las buenas noches.
Decimos que esta leyenda urbana está más cerca de la realidad porque en determinados es así. No cabe equivocarse. Pero no en todos. Del mismo modo que podemos tomarnos una copa de licor importado en el reservado VIP del local de moda, podemos echarnos al coleto un garrafonazo en el Pacorro’s Bar de nuestro barrio… Puede que sea lo mismo, pero no es igual.
Del mismo modo, decimos, también podemos acercarnos a un club de barrio marginal en el que lo primero que quieres saber es dónde está la salida de emergencia, o podemos ir a un verdadero hotel de lujo para estancias cortas, incluso con un certificado de calidad ISO 9001. En proporción, la diferencia de precio es menor que la de beber en uno u otro sitio de los antes mencionados.
Una leyenda, desgraciadamente, medio real
La tercera de las leyendas de las que hoy vamos a hablar sí que tiene mucho de real, de triste y, afortunadamente, de evitable. En este caso hablamos de una cuestión tan sangrante como la trata de mujeres: chicas engañadas que soñaban con un trabajo y un sueldo digno en un país civilizado y que se han encontrado con que las obligan a satisfacer a tipejos a los que rechazaría una cabra. Chicas que trabajan a cambio de cama y comida… esclavas contemporáneas de un detritus que se hace llamar empresario.
Y hemos dicho que esta situación tiene mucho de evitable en tanto en cuanto existen lugares que se ocupan de que las chicas que trabajan en ellos lo hagan protegidas por dos conceptos clave: libertad y respeto. Un ejemplo lo encontramos en La Perla Negra BCN, que declara lo siguiente en su página web:
Sentido común y elecciones sabias
“La empresa no presta servicios sexuales, sólo actúa como hotel por espacios cortos de tiempo de las habitaciones. Tampoco se hace responsable de las relaciones que entre particulares que se realicen dentro de las habitaciones.” Se puede decir más alto, pero difícilmente más claro: las chicas trabajan allí porque es el lugar que han elegido, sin coacciones ni intromisiones en su trabajo ni en su economía.
En todo caso, estas leyendas urbanas tienen en común con las demás que se acercan a fábulas con moraleja, posibles hasta que las sometemos a la luz del sentido común o mientras no las prevengamos con nuestros actos.